Asciendo por la pendiente de la ladera sobre el mar, me siento sobre una roca plana bajo un árbol de generosa copa, cuánta belleza. La luna aparece sobre la línea del horizonte, la noche es clara y el aire cálido, me dejo envolver...
¿Quién soy, si en este preciso instante no percibo límites entre mi interior y la noche que me acuna? Siento que soy el reflejo del rayo de luna sobre la mar en calma, el aire que respiro, la hormiga que trepa por mi pie, e incluso la liebre que corretea cerca. Soy todo ello tanto como mi propio cuerpo, corazón bombeando sangre, células en constante evolución, un orden perfecto, nunca comprendido, pero sentido.
Alguien estuvo aquí antes que yo, le iluminó la misma luna en la misma noche, ¿cómo sé que no fui yo? La misma conciencia humana, el mismo sentimiento, el mismo estremecimiento ante la belleza que no entendemos. Puedo sentir como dulces ondas la presencia de seres que participaron en la creación de este instante único, les llevo en mis genes, soy un eslabón más en la cadena de la evolución, viven en mi.
Constantemente intercambiamos miles de átomos con nuestro entorno. En cualquier ser humano han vivido átomos que antes formaron parte de Atila, de Gandhi, de una pulga y de una brizna de hierba y todo lo que percibo, toda la materia es polvo de estrellas. ¿Donde acabo yo y donde empieza "lo otro"? Sólo hay UNO.