martes, 7 de julio de 2009

De cuando duelo...

Porque sé que a veces te duelo hasta que crees no poder más, que es imposible seguir adelante, porque hasta el hecho de respirar te hace daño. A veces, vivir duele.
Y no es por mis designios, no encuentro mayor aprendizaje en el dolor que en el bienestar. ¿Te entiendes siempre a ti mism@? ¿O, simplemente, sigues adelante sin una comprensión completa de todos tus procesos? Pues yo, Vida, a veces duelo sin saber el porqué.
Recuérdame entonces en mi mejor momento, no como la frágil y ajada osamenta que percibes en tu dolor, sino como aquella mujer enamorada, ataviada con sus más ricas galas, esperando anhelante a su amado tras una larga separación. Porque es otra de mis muchas caras, y será la que te marque el camino para abandonar las lóbregas mazmorras del pesar. Y, siempre, siempre, tienes la libertad última, incluso en tu peor momento, de elegir cómo sentirme. No me olvides nunca cuando me recuerdas luminosa, porque todo puede cambiar en el próximo instante
Una madre sabe que el dolor enorme de una contracción es la señal para empujar, que si ignorase que tras todo el sufrimiento del parto viene el milagro de una vida que sale a la luz, sería incapaz de soportar tanto dolor inútil. A veces, el dolor es la señal de que empieza una nueva vida.

jueves, 2 de julio de 2009

Un abrazo fuerte

¿Aún me recuerdas? Lo dudo, y sin embargo yo aún guardo memoria hasta de tu nombre. "Qué cara de haber sufrido tiene esta mujer" me susurró mi compañero de mesa en aquella cena. Y era cierto, tan sólo cinco años después del fin del infame apartheid, el miedo aún flotaba espeso en el aire de Sudáfrica, en los ojos de miles de personas y en las cicatrices de tu cara.
Soy aquella turista con cuyo grupo una noche reiste y bailaste -siempre escondiéndonos de los "capataces"- tras servir la cena en el Sun City. Al acercarme a ti para despedirme con dos besos, me sorprendiste con tu enorme abrazo. Pocas cosas importantes hay que no puedan decirse con un abrazo entre dos seres humanos. Y yo aprendí muchas del tuyo.
Aprendí el inmenso valor del dolor sin rencor, de la verdadera reconciliación y, por encima de todo, la enorme fuerza de la esperanza. Porque nunca nadie me había abrazado así, con tanta ternura. Hace diez años ya, y una parte de ti sigue viviendo en mí, porque cada vez que abrazo a un ser querido procuro transmitirle algo del espíritu que recibí de ti. Un abrazo fuerte, Amaria.