miércoles, 27 de enero de 2010

Creerse dioses, creerse diosas

Creerse dioses...
Mi meta es expandirme, no vacilo en tomar las vidas ajenas que se me opongan, hacer mi voluntad es sagrado, incluso si he de sacrificar a mi propio hijo. Es mi designio, es divino, y éso basta.
Poseo, y en el acto de poseer encuentro la medida de mi grandeza: las tierras, los mares, las criaturas, hasta los cielos ...me pertenecen, puedo dominarles. Si es preciso modificar su naturaleza para servir a mis intereses, lo hago sin reparos. Para éso soy dios, para mostrar la muestra de mi grandeza y de mi poder.
Mis semejantes, las mujeres, son seres imperfectos: faltas de conexión divina, son el receptáculo de mi semilla, el tanque de cría para perpetuar mis genes. Algunas sirven bien como madres, otras sólo sirven para mi placer. Sus cuerpos proporcionan el alivio que preciso para relajar la tensión de la lucha. Es un placer igual al de poseer, tomo y dejo, me canso y espero un nuevo cuerpo que me sirva.
Creerse diosas...
Mi misión es conservar el equilibrio: las criaturas, las estaciones, los ciclos de la luna. Puedo sentirlos a todos en mi interior, mares y valles, desiertos y volcanes en mi interior, existiendo en un orden perfecto que he de preservar. Porque por éso formo parte de este mundo.
No poseo, porque es imposible poseer lo que realmente se ama. Mi misión es cuidar y hacerme responsable de todo lo que se me ha dado, para lograr la armonía, ese delicado arte que puedo apreciar en el misterio del nacimiento y la muerte, del día y la noche, de las estaciones. Soy la guardiana del equilibrio y sé que a cada causa sigue un efecto, procuro que el mío sea benéfico sobre el sistema.
Mi cuerpo, como el de mis semejantes, es la manera de expresar todo mi ser. Y compartirme es una experiencia divina ¡Qué milagro resonar al unísono¡ Mi vida ha sido tan sólo un instante. Pero valió la pena.

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